A lo largo de “Wake Up”, la cautivadora y angustiante obra biográfica escrita e interpretada por Spencer Aste, suenan varias alarmas. Y no, no son esas alarmas tintineantes y melódicas de los teléfonos inteligentes, sino sonidos estridentes y discordantes lo suficientemente fuertes como para despertar a los muertos.
Y sin embargo, el angustiado Spencer, en sentido figurado, no logra despertar.
Esto se debe a que el chico mormón abiertamente gay, que huyó de Salt Lake City y finalmente aterrizó en Nueva York para seguir una carrera teatral, ha caído bajo el hechizo de una chica fiestera llamada Tina. Spencer explica: «Su nombre de pila es Crystal y se derrite como el hielo. Así que intentamos convencerla para calentar las cosas».
Vaya, sí que lo hace. Durante gran parte de los 70 minutos de duración, sin intermedios, Spencer relata cómo Tina casi arruinó su carrera como actor, diezmó su relación con su pareja, Erik, y destruyó su autoestima. En cierto modo, él caminaba sonámbulo por la vida como un zombi drogado, dejando que fuerzas externas hicieran lo que quisieran con él.
No era el mejor momento para quedarse dormido al volante. Había conseguido el papel principal en una prestigiosa producción de “Ricardo III”. Spencer relata con horribles detalles cómo se convirtió en un adicto a la metanfetamina, traficante y adicto al sexo que engañó a Erik.
Según cuenta Spencer, Tina no deja de organizar fiestas, lo que le distrae de ensayar “Ricardo III”. Debe memorizar “un montón de líneas, distintas de las que esnifo”. Resulta que hace más que esnifar, ya que a menudo se la inyecta directamente en las venas. Es propenso a ataques de paranoia paralizante. En más de una ocasión, se queda dormido y su suplente debe ocupar su lugar.
No es que la lucha contra la adicción sea la pieza central de la obra. Hay una serie de flashbacks de momentos clave, como cuando se puso juguetón con un amigo en las fiestas de pijamas, se unió a una fraternidad en la universidad, tuvo una novia y se declaró gay ante sus padres. De hecho, hubiera preferido más explicaciones de otras áreas de su vida, como el conflicto entre su homosexualidad y su educación mormona. La avalancha de escenas de abuso de drogas resulta abrumadora.
El dramatismo de “Wake Up” se intensifica con la puesta en escena novedosa e íntima de los codirectores Eric Tucker y Kim Tobin-Lehl. La pieza se presenta en un espacio teatral de caja negra dominado por un círculo de sillas metálicas plegables, al estilo de una reunión de AA. No hay ningún decorado del que hablar.
Los espectadores pueden optar por unirse al círculo o sentarse en los asientos normales del teatro. Recomiendo el círculo, ya que es allí donde el exuberante y desaliñado Spencer domina el escenario, alternando entre sentarse tranquilamente y contar su historia, de pie en una silla agitando los brazos frenéticamente o dando vueltas en círculo. De vez en cuando interactúa con los miembros del público. En un momento dado, se dejó caer en el asiento vacío a mi lado y me miró profundamente a los ojos.
Como ocurre con la mayoría de las historias sobre adicciones, Spencer toca fondo y apenas sobrevive a un episodio cercano a la muerte. Comparte lecciones aprendidas sobre el amor incondicional, la familia y el perdón, cerrando la saga con un lazo demasiado ordenado y de colores del arco iris.
Pero “Wake Up” no es solo la historia de Spencer. Esta evocadora aunque imperfecta pieza transmite el mensaje de que, sin importar cuán terriblemente caótica pueda volverse la vida y cuán ciegos seamos ante sus causas, nunca es demasiado tarde para despertar finalmente de nuestro letargo autoinducido.
«Despertar» | Compañía de teatro Bedlam | Teatro West End | 263 W. 86h St. | $40 | Hasta el 22 de septiembre | 70 min., sin intermedio